Vivimos sin ver la realidad
Llega de su otro trabajo, el que le da de comer. Es abogado y administrador de fincas, y como los voluntarios de Amics de la Gent Gran, lucha contra la soledad de nuestros mayores. La dedicatoria de su libro dice: “A todos los que ofrecen pan y agua al resto de comensales”.
—Hacerse mayor es una realidad inevitable. ¿Apela antes a la solidaridad que otras campañas de ayuda?
—-No lo sé, no competimos con nadie. La solidaridad y la consideración por los pequeños es enorme, como debe ser.
Sin embargo, en el duro momento en que empezamos a decrecer, la sociedad nos aísla… Pero en el mundo hay muchísimas necesidades y causas que deben activarnos socialmente.
—Mis abuelos viven en el pueblo y mis padres no les pueden attender como necesitarían. Pero hablar de residencias supone un cierto tabú…
—Lo hay, pero no es un tabú lógico. Todo evoluciona. En la ciudad vivimos apelotonados, pero más aislados. Antes la mujer cuidaba de niños y abuelos; hoy, tanto mi mujer como yo, hacemos muchísimas horas. Hay que encontrar todavía una reestructuración social que se irá dibujando con el tiempo. Antes se nacía y moría en asa, ya no. Compartir espacios donde uno pueda estar major atendido no es negativo, aunque no se desea. Pero, ahora, la asistencia es más personalizada, flexible, abierta, innovadora… Al final, cualquiera puede ser feliz o sentirse solo en ambos lados, dependerá de su relación con los demás y del trato que reciba de la sociedad.
—Lleva en esto 26 años. ¿Han variado las políticas hacia la gente mayor según los cambios de gobierno?
-Es una espiral, se tiende a la mejora aunque a veces se den pasos hacia atrás. Se ha logrado un proceso de estandarización en la calidad de la asistencia. ¡No valoramos todo lo que hemos conseguido como sociedad civil! Ahora que el estado del bienestar está en peligro, debemos protegerlo. -¿La crisis ha agravado los problemas que generan las reagrupaciones familiares por la pensión del abuelo?
-Sí. Hay una confusión con la idea de pensión. Ahora, en muchos casos, es el eje de la estabilidad económica familiar: se estira como un chicle. Muchas personas mayores viven con lo mínimo y dan el resto a sus hijos o nietos. Hay casos en que los hijos sacan a sus padres de la residencia y los llevan a vivir con ellos porque necesitan la pension para pagar el alquiler… Es una realidad.
—Hemos alargado mucho la esperanza de vida, ¿pero hay recursos para mantener la calidad?
-Hay quien a los setenta está muy activo; pero, por lo general, a partir de los ochenta se empiezan a tener necesidades importantes. Esta sociedad nos ha hecho un regalo incalculable: el tiempo. Vivimos más y mejor. Pero lo hacemos sin ver la realidad. Todos queremos parecernos a Ronaldo, pero ¿y a María?, que una vez a la semana va a visitar a Antonia y le ha dado la vida…
¿Cómo se aprende a envejecer?
-Para mí, ver personas tan alegres con tan poco me ha enseñado pragmatismo. Nicolasa estaba ciega, vivía sola en un suburbio, tenía una pierna cortada y… ¡Era tan feliz!
-¿Cómo era tan feliz?
-Cuestión de fortaleza, de aprender a encajar la vida como te viene dada.
-¿Nicolasa estaba sola?
-Sí, pero la festejábamos un amigo y yo. Le decíamos: “¡Quiéreme a mí!” Y ella, siempre: “¡Yo os quiero a los dos!”
-¿Cómo valora la labor de Mémora- Serveis Funeraris de Barcelona?
-Su espíritu de servicio al prójimo en los momentos más difíciles es equiparable al del voluntario.